Como todos sabemos la Ley de memoria historica está al orden del día y, leyendo la prensa hace unos dias, vi un artículo en la Vanguardia de Jorge Fernández Díaz, diputado del Congreso por Barcelona del Partido Popular. La publico porque me parecen unas palabras dignas de una pausada reflexión.
La Vanguardia, viernes 26 de octubre de 2007
Hace unos años el recordado. Duran Farell me comentó uno de sus grandes objetivos al hilo del debate que entonces se planteaba sobre la presencia de las humanidades en el sistema educativo español: conseguir elaborar una historia común con la que todos los españoles nos pudiéramos sentir identificados.
Recordaba al efecto lo sucedido entre Francia y Alemania tras la Segunda Guerra Mundial: De Gaulle y Adenauer decidieron que sus dos países no podían seguir en guerra permanente como lo estaban desde la guerra franco-prusiana de 1870. Conscientes de que una de las causas de ese continuo enfrentamiento era la forma de explicar la historia en sus respectivos países, decidieron elaborar una historia común y compartida. Para ello encargaron esa tarea a un grupo de notables personalidades francesas y alemanas de reconocido prestigio científico, social y cultural. Pensaba Pere Duran que nosotros necesitábamos hacer algo parecido para evitar repetir los enfrentamientos del pasado y ser capaces de convivir juntos, personas y pueblos con diferentes sensibilidades ideológicas y nacionales. Pienso que quizás fue una gran ocasión perdida, sobre todo al ver ahora el proceso en el que nos encontramos inmersos de intentar establecer por ley la llamada memoria histórica.
La historia la narran los historiadores, la historia escrita se convierte en historiografía, que es diversa y plural, porque plurales son las personas que escriben los libros de historia Se estima que hay más de 40.000 títulos publicados sobre la Guerra Civil, por lo que ese período histórico de España posee una de las historiografías más amplias y diversas de la historia universal. Los pueblos, las naciones, pasan a tener memoria histórica a partir de un proceso de decantación de su conciencia colectiva en la que la historiografía desempeña un importante papel para conformarla. En algunos países, ese proceso de asunción de una conciencia colectiva común les permitió dotarse así de una memoria histórica compartida. Lo que no ha sucedido nunca -al menos en un país democrático- es que, sin darse todo ese proceso, unos dirigentes políticos decidan imponer por ley una memoria histórica obligatoria e incluso, por si fuera poco, se permitan establecer también por ley cuál es la memoria democrática.
La ley que se debate en el Congreso fija como ámbito temporal de aplicación de la memoria histórica el que se extiende desde el comienzo de la Guerra Civil hasta el comienzo de la transición. De esta forma toda la persecución que se produjo a lo largo de la II República por razones de tipo ideológico, religioso... queda al margen de la reparación personal que la ley incluye. Es una memoria histórica selectiva que no va en la dirección de la verdad histórica, y que abre heridas y divisiones que el pacto constitucional cerró con la Constitución de la reconciliación y el consenso.
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